Todos sabemos que, más tarde o más temprano, vamos a morir, lo que no tenemos tan claro y a veces casi que preferimos no saber es qué es lo que le pasa a nuestro cuerpo cuando estamos a punto de irnos a la otra vida o qué sufre nuestro cuerpo nada más morir. Son varias fases diferenciadas.
Si eres de esas personas que tienes curiosidad sobre las evidencias físicas de la muerte, con este artículo se acabarán todas tus dudas. El cuerpo humano es como una máquina, así que cada vez que alguien muere su cuerpo pasa por varias fases que se repiten entre una persona y otra una y otra vez. No morimos y ya está, hay más cosas.
El estertor de muerte es un término que se suele osar, normalmente, en los hospitales y centros de internamiento de personas mayores para describir el gemido que hace una persona justo antes de morir. Esto suele angustiar mucho a las personas cercanas que acompañan a la persona que va a morir.
Es estertor de muerte es un sonido parecido al de gárgara que surge de la parte de atrás de la garganta de una persona moribunda. Es causado por la acumulación de saliva y moco en la garganta y las vías respiratorias superiores cuando la persona está demasiado débil como para toser.
Se produce después de que la persona haya perdido el reflejo de la tos y la pérdida de la capacidad para tragar, lo que provoca una acumulación excesiva de saliva en la garganta y los pulmones. No suele causar olor en el paciente, pero el sonido no resulta nada agradable.
En la práctica clínica es común encontrar que, al acercarse la muerte, la respiración se vuelve más rápida y profunda, mientras que los niveles de oxígeno en el cerebro y otros tejidos caen más y más. En la década de 1950, se observaron los patrones de respiración en pacientes terminales internados.
Esto llevó al descubrimiento del Método Buteyko de Respiración: reducir la respiración hasta alcanzar la norma médica. En un principio la respiración deja de ser normal y se suele caracterizar por inhalaciones y exhalaciones rápidas y después períodos de ausencia de respiración (apnea).
Es una alteración que hace que el corazón se sobrecargue, lo que provoca una hiperventilación en el cuerpo, que hace que se agoten las energías almacenadas, para que al final los órganos dejen de funcionar por la falta de oxígeno en la sangre, y el paciente muera.
Después de morir, el cuerpo puede hacer cosas como orinar, defecar, liberar gases, y hasta eyacular. Esto sucede porque se pierde la función cerebral, y por lo tanto se pierde el control del cuerpo. Además, al volverse rígidos y luego relajarse los músculos, los fluidos se sueltan.
Con respecto al pelo y las uñas, parece que siguen creciendo, pero lo que realmente ocurre es que se ven más largos porque la piel pierde humedad y se recoge. Después de la muerte, además los músculos del cuerpo humano ya no reciben más energía en forma de ATP.
El resultado después de esta falta de energía de los músculos es que el intestino se relaja y puede producir un último movimiento intestinal. Esto ocurre sobre todo en las personas que se han alimentado antes de morir.
Un cuerpo en descomposición rebosa de vida. Cada vez son más los científicos que hacen del cadáver el centro para estudio de un ecosistema muy amplio y complejo que surge después de la muerte, y que va evolucionando conforme la descomposición avanza.
La descomposición empieza solo unos minutos más tarde de la muerte con un proceso llamado autolisis, o autodigestión. Un poco después de que el corazón se pare, se pierde el oxígeno de las células y su acidez aumenta mientras los derivados tóxicos de las reacciones químicas se acumulan en su interior.
El proceso empieza en el hígado, lleno en enzimas, y en el cerebro, con gran contenido en agua. Al final, todos los tejidos y órganos se colapsan. Rotos los vasos sanguíneos, las células se depositan, por efecto de la gravedad en los capilares y las venas pequeñas, decolorando la piel.
La temperatura corporal empieza a bajar tras la muerte hasta adaptarse al entorno. Este el momento de lo que se conoce como “rigor mortis” (“la rigidez de la muerte”), que empieza por los párpados, la mandíbula y los músculos del cuello y continúa con el tronco y las extremidades.
En un cuerpo vivo, las células musculares se contraen y se relajan gracias a la acción de la actina y la miosina, dos proteínas que se deslizan a la vez. Después la muerte, las células se ven privadas de su fuente de energía y los filamentos proteicos quedan inmovilizados.
Esto provoca la rigidez de los músculos y la parálisis de las articulaciones. El rigor mortis comienza en las primeras horas después de la muerte, hasta los párpados se ven afectados por el estado, por lo que si no se cierran cuando se produce la muerte, los ojos se pueden abrir.
La mayoría de los órganos internos están libres de microbios mientras vivimos pero después de la muerte el sistema inmune deja de funcionar, lo que permite su expansión por todo el cuerpo. Es algo que suele empezar en las tripas, en el cruce entre los intestinos grueso y delgado.
Alimentándose de la mezcla química que sale de las células dañadas, los microbios llenan los capilares del sistema digestivo y los nódulos linfáticos, y se va propagando por el hígado y el bazo, antes de pasar al corazón y el cerebro.
El nivel de descomposición varía entre los distintos individuos y también entre los distintos órganos de un cuerpo, el intestino, el bazo, el estómago y el útero de una embarazada, se descomponen antes; el riñón, el corazón y los huesos sufren un deterioro más lento.
Cuando un cuerpo en descomposición empieza a purgarse queda expuesto al entorno. Es en esta fase en la que el ecosistema del cadáver es ya totalmente autónomo y se convierte en un nido de microbios, insectos y carroñeros.
Hay dos especies asociadas a la descomposición, la moscarda y la mosca de la carne (y sus larvas). Los cadáveres desprenden un olor fétido, dulzón, que nace de una compleja mezcla de compuestos que cambia según progresa la descomposición. Estas moscas los detectan mediante los receptores especializados en sus antenas.
Se posan en el cadáver y ponen sus huevos en los orificios y las heridas abiertas. Cada mosca pone más o menos 250 huevos que se abren en 24 horas. Las pequeñas larvas se alimentan de la carne putrefacta y mudan en larvas más grandes, que se alimentan durante varias horas antes de volver a mudar.