Flores para calmar el dolor

La Ley de Cannabis Medicinal acaba de ser aprobada por el Congreso. La norma permite el uso del aceite de marihuana con fines terapéuticos. El médico Carlos Laje, fundador de una clínica cannábica en Córdoba, viaja por el país atendiendo pacientes cuyos padecimientos no encontraron respuesta en la medicina tradicional. En sus charlas asegura que la única puerta de entrada que abre el cannabis es la de la jardinería.

El doctor Laje tomó al auditorio de las solapas y no lo soltará hasta el final del encuentro. Tiene actitud de rockstar, combinada con vestimenta de rapero urbano (pantalón y remera holgados, zapatillas de correr) y un corte de pelo cuasi punk. Bueno, a medio camino entre el punk y León Gieco.

La claridad para transmitir la información científica, la pasión por investigar y el sentido del humor, claramente beneficiado por la tonada cordobesa, son sus armas.

Micrófono en mano, se para frente al público que espera en las gradas del Instituto Marplatense de Música Contemporánea (adultos mayores en buen número y unos cuantos jóvenes) y comienza a disfrutar de la exposición. Bromea por su incapacidad para arrancarle notas a los instrumentos que están a sus pies, una batería y un par teclados que más tarde tocaran los músicos de Creciente. Enseguida, habla de los beneficios del cannabis por sobre la medicina tradicional:

—Los ansiolíticos te prenden y te apagan —suelta antes de que las risas bajen atropelladas.

Sin proponérselo, su hija Magdalena, entonces de cinco años de edad, lo acercó al mundo de la planta prohibida. Mientras compartían juegos le hizo un fondo de ojo y notó que algo no andaba bien. El diagnóstico fue glaucoma congénito agudo (presión ocular), una patología que puede terminar en ceguera. La trasladaron a la Capital Federal y el médico que la vio dijo que había que hacer una trabeculectomía, intervención quirúrgica que ayuda al drenaje del líquido que ejerce presión sobre el ojo.

—Lo primero que uno viene explicando y predicando es qué hace el cannabis en el cuerpo. Cuando se entiende técnicamente, los prejuicios empiezan a desaparecer. Ahora se conoce que estimula el sistema de endocannabinoide, entonces pasa de ser una sustancia cercana al demonio a ser como la enzima anandamida: trata de equilibrar el cuerpo, de regularlo, lo que llamamos homeostasis. La puerta de entrada más grande del cannabis es a la jardinería.

La dinastía médica de los Laje empezó en Córdoba a principios del siglo veinte con su bisabuelo, el oftalmólogo Carlos Laje, al que siguieron su abuelo, su padre y él mismo con idéntico nombre, apellido y profesión. El Laje que nos ocupa se reconoce como parte del establishment de Córdoba; ha sido consultor, empresario gastronómico y funcionario público. Durante su matrimonio con la hija menor del exgobernador José Manuel De La Sota, llegó a ocupar el cargo de director del Observatorio de Salud provincial.

Fue su padre, a quien define como un hombre conservador pero solidario, quien, en Buenos Aires, le habló sobre la nota publicada en una revista de oftalmología que mostraba las posibilidades del cannabis para tratar el glaucoma. No sólo aumentaba el drenaje, sino que también regeneraba las células dañadas.

La mirada de Laje sobre la marihuana cambió en forma vertiginosa a partir del tratamiento de su propia hija. Comenzó a investigar y a viajar para conocer los avances en otros países; fundó la primera clínica de cannabis medicinal de Argentina, recibe invitaciones para disertar en facultades de todo el país y ahora se prepara para dictar una diplomatura on line abierta a toda la comunidad.

Mientras tanto, participa de la inauguración de la Sociedad Argentina de Cannabis Medicinal y acompaña a las clínicas (una treintena) que se han creado en diversas provincias argentinas. De Jujuy a Tierra del Fuego.

—Los médicos han ido modificando su mirada hacia la marihuana, han empezado a llamarla cannabis, le han modificado la fonética y también la concepción sobre su uso, gracias a la información que les va llegando. Me parece que, si en nuestra carrera nunca nos enseñaron que existía el sistema endocannabinoide, es muy difícil que los médicos por sí solos cambien esa concepción.

En noviembre del año pasado, fue detenido en el aeropuerto de San Salvador de Jujuy por transportar un pequeño frasco con aceite de cannabis diluido. “Tenencia simple de estupefacientes”, dijeron los federales que lo retuvieron. Lo había denunciado una paciente con la que tuvo diferencias en el consultorio unas horas antes.

Los policías sintieron curiosidad por ese frasco que llevaba el rótulo de medicinal. Uno de ellos le contó que su madre tenía Parkinson. El médico hizo lo que más le gusta: informar, ser didáctico. Y recomendar las bondades de la planta de la discordia, por supuesto.

—Cuando uno hace de su trabajo una pasión, y cuando hace de esa pasión una causa, y decide vivir ilegalmente pero decide también hacerlo dignamente, tenemos que hablar de legitimidad más que de legalidad. En ese sentido, lo que estoy tratando de hacer es que el fallo final siente jurisprudencia, que le dé un marco regulatorio a la circulación de personas con aceite de cannabis. Seguramente la ley amparará esa situación. Yo tengo la sensación de que se está viviendo algo parecido a lo que se vivió en el mundo con la penicilina o la morfina. Son grandes cambios que tocan algunos intereses, pero que también tienen que ver con la idiosincrasia, más que con cuestiones netamente científicas.

Laje cuenta que ahora la madre del policía federal que lo detuvo aquel día alivia su dolencia con el aceite. Y que el Fiscal y el Juez de la causa —que aún está abierta— también lo consumen. No juntos, claro.

Carlos Laje tiene un faro, es el médico búlgaro-israelí Raphael Mechoulam, quien ha intentado sacar a la marihuana del oscurantismo en el que cayó a partir de los primeros años del siglo veinte debido al prohibicionismo. Lo considera el padre del cannabis medicinal, es el hombre que aisló y determinó la estructura de la molécula del THC (Tetrahidrocannabinol, principal constituyente psicoactivo del cannabis).

Mechoulam (86) está especializado en química médica y productos naturales, tiene más de 300 artículos científicos publicados. Empezó a investigar el cáñamo de la India, nombre con el que también se conoce a la planta de cannabis, a principios de la década del 60, mientras trabajaba en el instituto Weinzman. Su objetivo era individualizar los componentes químicos. Aunque el cannabis sativa era usado desde hacía miles de años por distintas civilizaciones —los sumerios chinos y egipcios lo tenían a mano como medicina y también para otras yerbas—, su componente activo nunca había sido aislado en forma pura hasta 1964.

Vamos a decirlo de una vez: Raphael Mechoulam es tan grosso que tiene una película, “El científico”, dirigida por Zach Klein. Laje la recomienda donde quiera que vaya.

“Hay un grupo de componentes, un sistema endógeno muy importante, que no está siendo utilizado clínicamente de la mejor manera, y es muy prometedor desde el punto de vista clínico”, le dice Mechoulam a Klein mientras recorren los bordes de Jerusalén. Es la ruta que el médico transitó durante los últimos 45 años para ir al laboratorio. Allí se mudó desde Rehovot con la intención de continuar sus trabajos, justo antes del comienzo de la Guerra de los Seis Días. Recuerda que en sus primeras investigaciones utilizó el hachís que ingresaba de contrabando desde El Líbano —uno de los mayores productores del mundo— y terminaba incautado por la policía.

Su jefe de entonces, el director del Instituto Weinzman, tenía un conocido en las fuerzas de seguridad. Así logró que le entregaran hachís para investigación. “Viajé allí (a la estación de policía) en autobús, no tenía automóvil, me dieron 5 kilos, subí a otro autobús y después de 15-20 minutos la gente empezó a preguntar: ¿Qué es ese olor? Es un olor singular… Yo viajaba con 5 kilogramos de hachís en mi maletín. Podía haber sido arrestado, esa primera vez no tenía la autorización del Ministerio de Salud”, cuenta Mechoulam.

Junto a Yechiel Gaoni, ya en el laboratorio, separaron mediante métodos muy precarios una docena de componentes y los probaron en monos; los investigadores notaron que uno sólo causaba efecto, el delta-9-tetrahidrocannabinol (Δ9-THC), él único componente activo. “Los calmaba, no los dormía, los tranquilizaba”, dice el científico.

Pero no se quedaron con la modorra alegre de los simios, quisieron experimentar en humanos. Fue así que Dalia, compañera de Mechoulam durante más de 60 años, preparó una tarta con 10 miligramos de THC puro. Reunieron a un grupo de amigos de la pareja para que la probaran (un antecedente sesentista del brownie loco), y se sorprendieron con las reacciones: “Notamos que a cada uno le hacía un efecto distinto, una parte de los invitados dijo sentirse raro, como si estuviesen en otro mundo, querían recostarse y disfrutar; otro dijo que no le hacía nada, pero no paraba de hablar; un tercero dijo no sentir nada, aunque cada 20 segundos se reía a carcajadas; sólo en un caso una de los participantes sintió ansiedad”.

Mechoulam cree que su amiga sintió que todas sus defensas psicológicas se esfumaban y de repente estaba abierta a todos, eso le generó el síntoma. “Algunas veces, vemos ataques de ansiedad, aunque generalmente no sucede. La mayoría se siente más tranquilo, tal vez un poco confundidos, más abiertos a debatir con los demás, más abiertos socialmente al tema del que hablan”.

Estos efectos, ahora muy conocidos, fueron novedosos para los investigadores en aquellos primeros experimentos llevados a cabo en 1964. Rememorar esa historia, divierte a Raphael Mechoulam, “Era una tarta muy sabrosa, pero si quieres más detalles preguntale a Dalia”, le dice a Klein.

Carlos Laje tiene un faro, es el médico búlgaro-israelí Raphael Mechoulam, quien ha intentado sacar a la marihuana del oscurantismo en el que cayó a partir de los primeros años del siglo veinte debido al prohibicionismo. Lo considera el padre del cannabis medicinal, es el hombre que aisló y determinó la estructura de la molécula del THC (Tetrahidrocannabinol, principal constituyente psicoactivo del cannabis).

Mechoulam (86) está especializado en química médica y productos naturales, tiene más de 300 artículos científicos publicados. Empezó a investigar el cáñamo de la India, nombre con el que también se conoce a la planta de cannabis, a principios de la década del 60, mientras trabajaba en el instituto Weinzman. Su objetivo era individualizar los componentes químicos. Aunque el cannabis sativa era usado desde hacía miles de años por distintas civilizaciones —los sumerios chinos y egipcios lo tenían a mano como medicina y también para otras yerbas—, su componente activo nunca había sido aislado en forma pura hasta 1964.


Vamos a decirlo de una vez: Raphael Mechoulam es tan grosso que tiene una película, “El científico”, dirigida por Zach Klein. Laje la recomienda donde quiera que vaya.


“Hay un grupo de componentes, un sistema endógeno muy importante, que no está siendo utilizado clínicamente de la mejor manera, y es muy prometedor desde el punto de vista clínico”, le dice Mechoulam a Klein mientras recorren los bordes de Jerusalén. Es la ruta que el médico transitó durante los últimos 45 años para ir al laboratorio. Allí se mudó desde Rehovot con la intención de continuar sus trabajos, justo antes del comienzo de la Guerra de los Seis Días. Recuerda que en sus primeras investigaciones utilizó el hachís que ingresaba de contrabando desde El Líbano —uno de los mayores productores del mundo— y terminaba incautado por la policía.


Su jefe de entonces, el director del Instituto Weinzman, tenía un conocido en las fuerzas de seguridad. Así logró que le entregaran hachís para investigación. “Viajé allí (a la estación de policía) en autobús, no tenía automóvil, me dieron 5 kilos, subí a otro autobús y después de 15-20 minutos la gente empezó a preguntar: ¿Qué es ese olor? Es un olor singular… Yo viajaba con 5 kilogramos de hachís en mi maletín. Podía haber sido arrestado, esa primera vez no tenía la autorización del Ministerio de Salud”, cuenta Mechoulam.


Junto a Yechiel Gaoni, ya en el laboratorio, separaron mediante métodos muy precarios una docena de componentes y los probaron en monos; los investigadores notaron que uno sólo causaba efecto, el delta-9-tetrahidrocannabinol (Δ9-THC), él único componente activo. “Los calmaba, no los dormía, los tranquilizaba”, dice el científico.


Pero no se quedaron con la modorra alegre de los simios, quisieron experimentar en humanos. Fue así que Dalia, compañera de Mechoulam durante más de 60 años, preparó una tarta con 10 miligramos de THC puro. Reunieron a un grupo de amigos de la pareja para que la probaran (un antecedente sesentista del brownie loco), y se sorprendieron con las reacciones: “Notamos que a cada uno le hacía un efecto distinto, una parte de los invitados dijo sentirse raro, como si estuviesen en otro mundo, querían recostarse y disfrutar; otro dijo que no le hacía nada, pero no paraba de hablar; un tercero dijo no sentir nada, aunque cada 20 segundos se reía a carcajadas; sólo en un caso una de los participantes sintió ansiedad”.


Mechoulam cree que su amiga sintió que todas sus defensas psicológicas se esfumaban y de repente estaba abierta a todos, eso le generó el síntoma. “Algunas veces, vemos ataques de ansiedad, aunque generalmente no sucede. La mayoría se siente más tranquilo, tal vez un poco confundidos, más abiertos a debatir con los demás, más abiertos socialmente al tema del que hablan”.


Estos efectos, ahora muy conocidos, fueron novedosos para los investigadores en aquellos primeros experimentos llevados a cabo en 1964. Rememorar esa historia, divierte a Raphael Mechoulam, “Era una tarta muy sabrosa, pero si quieres más detalles preguntale a Dalia”, le dice a Klein.

Desde que fundó la Clínica de Cannabis Medicinal en Córdoba, Carlos Laje no paró de atender consultas en todo el país. En su visita a la clínica cannábica que la Red de Personas con VIH abrió en Mar del Plata, atendió a los pacientes en grupos para poder dar respuesta a tantas inquietudes. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos que se acercaron buscando alternativas. Sin embargo, el médico siempre aclara que es un tratamiento complementario a la medicina tradicional.

—El trabajo es arduo, hay muchos pacientes, se cree que aproximadamente cuatro millones de personas en la Argentina están en condiciones de recibir cannabis. Tratamos de hacer una mesa de cuatro patas: los cultivadores, los médicos, los usuarios y los familiares, y la mesa de gestión. Los médicos, en general, no estamos acostumbrados a que los pacientes mejoren. Con el cannabis tenemos muchas satisfacciones.

Los cultivadores cargan con la tarea más riesgosa debido a la penalización que rige en nuestro país; son quienes llevan adelante el proceso de selección de semillas y proveen las cepas que pide el médico. Mientras que otro oficio, el de los extractores, se ocupa de estudiar técnicamente cuales son las mejores extracciones para hacer el medicamento más apropiado.

—Los cultivadores, expuestos a la ignorancia de la justicia y la policía, están empezando a entender que acercarse al marco medicinal del cannabis es una forma de hacer un aporte a la sociedad y no solamente disfrutar de la planta. Ahora no cultivan sólo para uso personal, sino para uso colectivo.

El tratamiento de la Ley de Cannabis Medicinal en el Congreso Nacional, aprobada por unanimidad en el Senado y resistida en Diputados por la solitaria campera amarilla de Alfredo Olmedo, dio una mayor visibilidad al sufrimiento de miles de familias. La norma permite el uso del aceite de cannabis para fines terapéuticos. Es conocido su efecto para mitigar dolores, recuperar el apetito y evitar las náuseas provocadas por los tratamientos oncológicos, pero además es también apropiado para tratar el Alzheimer, el Párkinson, la esclerosis lateral amiotrófica y la esclerosis múltiple, entre otras enfermedades.

De acuerdo a la ley, la extracción del aceite se hará en laboratorios públicos. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) son los dos organismos autorizados. Los médicos deberán capacitarse para que los pacientes registrados en el Programa Nacional reciban la medicina gratuitamente. Con todo, el desafío es lograr el autocultivo o, todavía mejor, el cultivo colectivo, solidario y comunitario. La contracara del cannabis sintético que buscan los laboratorios. Pero a Carlos Laje eso no le preocupa:

—Nosotros somos contrarios al prohibicionismo, no voy a ser quien diga que hay que prohibir. Una farmacéutica hará lo que deba y nosotros tenemos bien claro lo que tenemos que hacer: habrá cannabis sintético y también la posibilidad de adquirir otro natural, cada uno consumirá el que crea que necesita. Hoy estoy mucho más preocupado por lo micro, por tratar de mejorar la calidad de vida de mis pacientes, amigos y la gente que quiero.